viernes, 26 de abril de 2019

Cuando la casa fue puente


"Mis ojos, por haber sido puentes, son abismos."
Antonio Porchia.

Cuando la casa fue puente

Cuando la casa fue ventana
el exterior se mostraba indiferente
alejado como un abismo.

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La casa se aísla, se separa, se retira.
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Cuando la casa fue puente
se convirtió en
palabra y silencio
presencia y ausencia
encuentro y soledad.

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La casa se enrolla, se aquieta, se conecta.
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          Tierra mojada.  Aroma a tilo.  Un altillo en lo más alto de la casa.
          Las hormigas fabrican un laberinto debajo del jardín. Observo. Me imagino el mundo subterráneo de las hormigas. Deambulo descalza por el pasto. Me siento en el sector de la tierra al final de la casa.  Paso horas haciendo vasijas y comidas con barro. Decoro las tortas con pétalos de malvón y hojas verdes.  El tiempo me rodea, pero no me toca.
Me encanta hundir las manos en la tierra.  Modelar cosas con ella. 
Aparecen bichos bolita debajo de una piedra.  Miro como trepan. Cómo se esconden.
Cae el rocío de la tarde, pero yo sigo sentada a lo indio en el borde de mi pileta de barro. Creando.  Me acompaña un rosario de comidas, cuencos y personajes.
Las primeras luciérnagas aparecen. Danzan muy cerca de mí.  Enfoco y ahí está: el ruido del primer grillo. Pronto se sumarán más y en un rato las ranas. Soy toda oídos, toda ojos, toda fosas nasales.  Me impregno.

Un “¡Ya está la comida!” corta el concierto de cuajo.
Me levanto de un salto. Paso por delante de la puerta que lleva al altillo.  
Un día de estos voy a subir a investigar.
                                                                                                                              Laura Michell

Casa puente.





Cuando la casa fue puente

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